Te coge a traición esa sensación de haberlo vivido ya todo que dura apenas un instante, pero que se queda agarrada en las tripas para preguntarte ¿cómo se frena esto?
Hay amaneceres a oscuras, de edredón y sueño profundo, en los que la alarma del despertador te grita que hay que trabajar un día más. Otro más. El cuerpo se une a tu mente, cómplices los dos, para protestar en silencio y yo, que soy generoso, les concedo unos minutos para que se desenreden de la desmotivación que, puñetera, ataca cuando menos te lo esperas.
Son instantes preciosos de intimidad en los que tu yo más profundo se pregunta el por qué de las cosas, con dolor, con pereza, con desconfianza, para que busques en ti ese café con tu amigo, ese beso al despertar, esa novela en la mesilla de noche, ese fin de semana en familia que te demuestra que sí, que te apetece seguir.
Las sonrisas que se trabajan son las que más nos reconfortan.
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