Hay gente de la que no me fío un pelo.
Y son personas cercanas, con las que me divierto, a las que admiro en diferentes facetas de sus vidas, a las que quiero.
Pero no me fío.
Tal vez no me la hayan jugado nunca, ni hayan hablado mal de mí a mis espaldas, ni me harían ningún daño si les conviniese. Es posible incluso que presuman de mí.
De hecho yo presumo de tener a mi alrededor gente brillante, de la que me alimento, en la que pienso, a la que respeto, con quienes empatizo.
Sin embargo sé, en lo más profundo, hacer un reparto claro a los dos lados de la barrera. Sé, con nombres y apellidos, quiénes estarían en ese espacio que huele a fresco, donde luce el sol y en el que no me hace nunca falta mirar a mis espaldas.
Y quiénes no.
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