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miércoles, abril 07, 2021

Tres

Desde hace unos meses, somos tres en la cama.

Fran no tarda en dormirse y es entonces cuando se arropa Lara a mi otro lado. Con su figura más diáfana cada día, me dejo envolver por su forma de ver la vida, sin emitir opiniones. Me engatusa, sin ella saberlo, cuando estoy a punto de dormir.

Cada noche compruebo que está mejor dibujado su pequeño apartamento con vistas al parque londinense de Hampstead Heath, su encuentro con Maxi en la creperie de Kensignton, donde trabajaba de encargada, o el sollozo al separarse de él en Victoria Station, sin saber que estarían veinte años sin verse.

Abrazado a mi almohada, se me eriza la piel con la escena, bien construida en mi cabeza, del estupor que le causó ver una foto de Maxi, el padre de su hijo, dos décadas después, a dos mil kilómetros de Londres.

¡Estaba vivo!

Me tapo y me destapo con el edredón, yendo y viniendo veinte años atrás y adelante. Empatizo con esos jovencillos que eran, comprendo lo que el tiempo les ha llevado a ser, arrebatado por los golpes que da la vida.

Me doy la vuelta en la cama y dibujo una sonrisa en los labios de Lara. Le digo, "¡sé fuerte!" "Siempre lo has sido". "No te arrugues". Y le voy construyendo con plastilina humana amigos, vecinos, compañeros de trabajo que le dan claves para no caer en la nostalgia, para no asumir que fueron veinte años perdidos.

Porque nunca los años son perdidos.

Imagino entonces diálogos, situaciones cómicas, estrategias insanas, con un ojo puesto en Abel, el adolescente educado en Londres que un día se vio en Sevilla, sin comerlo ni beberlo, ayudando a su madre a construirse un futuro diferente.

—No te imaginas a quién he visto en una foto, Abel.

Es en ese momento, en que el sueño me domina, cuando volvemos a ser dos en la cama y me agarro, como cada noche, a Fran.

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