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sábado, abril 24, 2021

Niza

Cuando llegué a vivir a Francia estaba soltero.

Tuve la torpeza, o no, de empezar una relación a distancia, antes de instalarme allí, con un tipo que demostró no estar a la altura con el tiempo, pero al menos me sirvió para introducirme en la sociedad parisina con más facilidad que de haber estado solo.

Era un loco del champán.

Uno de mis primeros fines de semana volamos a Niza, quería enseñarme su ciudad y presentarme a los amigos de la infancia.

Elegante, burguesa, conservadora, descubrí la ciudad de su mano. La noche del sábado organizaron una fiesta, no sé si en mi honor. El ambiente era el de las películas de Hollywood, en una casa grande clavada en la montaña con vistas al Mediterráneo.

Dos chalets más allá vive Elton John me explicaban.

El champán corrió a raudales mientras en una pantalla gigante proyectaban un concierto de Madonna en Sidney. Yo hice migas con una chica ideal, que me puso al tanto de todo lo que había que leer y toda la música que había que escuchar. Le pedí que me lo anotara en una servilleta.

A esa gente la perdí entre mis mejores recuerdos del pasado, pero la servilleta la he conservado veinte años, como el tesoro que almacena a mis escritores y cantantes favoritos, quienes facilitaron mi adaptación y cariño hacia un país que empezaba a ser un poco mío.

A esa chica le robé apenas unos minutos entre sorbos de champán, sin que ella supiese que me estaba haciendo un regalo de por vida.

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