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lunes, abril 26, 2021

Titubeos

Nuestro racismo se nutre de buenas intenciones.

Esta pasada semana estaba en una conferencia telemática y descubrí que uno de los participantes, alto directivo de Renault, era negro, con apellido y acento africanos.

Mi primera reacción fue de alegría. Mi empresa continúa por el buen camino de integración, pensé.

Mientras él hablaba acerca de su proyecto técnico, yo imaginaba los méritos que tendría que haber hecho para llegar a esa posición de privilegio, tanto en lo laboral como en lo social. Pensé, no sé si erróneamente, que sus pasos habrían sido controlados con lupa, que habría tenido que superar prejuicios y desconfianzas, que debía valer más de la media.

En ésas, este hombre se atrancó en su explicación.

Desde mi mesa, a dos mil kilómetros de distancia, me puse en tensión, a la espera de que retomase el hilo conductor de su exposición, que no tardó en hacer en menos de dos segundos.

Suspiré aliviado, como si ese hombre hubiera superado una prueba y un pequeño desliz pudiera echar abajo su imagen triunfal.

¿Por qué esa condescendencia en mí hacia él? ¿Quién soy yo para perdonarle la vida?

No nos habremos curado del racismo mientras no seamos capaces de ver al otro sin las gafas de la compasión.

La igualdad implica sentirse iguales, no aparentar que nos lo creemos.

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