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lunes, abril 12, 2021

Mande

Cuando llegué a trabajar a México tuve la suerte de integrarme bien desde el primer día. Iba a vivir unos meses en una ciudad norteña, de poco turismo y círculos sociales bien establecidos, donde la vida se hacía en centros comerciales y en la que me prevenían de no andar a solas por unas calles no muy preparadas para el paseo. Yo no sé trabajar en un sitio sin integrarme en él, así que ya la primera semana fui invitado a cenar por una familia encantadora que vio en mí una vía para abrir su mundo. El idioma era la gran fuerza de adaptación para mí en un país, curiosamente, donde todo lo que es 'padre' es bueno y todo lo 'madre' es digno de rechazo. Tan familiar era el lenguaje como distante era la comida. El primer mes estuve con continuos dolores de barriga. Allí todo picaba, por mucho que me jurasen que 'eso no, créeme, eso no pica ni tantito así'. Una noche me invitaron a una fiesta donde me dijeron que había que ir guapo. Allí me planté yo. Era un patio abierto, con muchas luces, plantas enormes y ganas de diversión. Una chica, que se sentó a mi lado me hacía repetir cada pregunta, quizás por el ruido de la música y mi extraño acento andaluz. —¡Mande! —me gritaba cada vez. —¿Mande? —preguntaba yo. —¿Mande? —se inquietaba ella. Yo le decía que me hacía gracia esa expresión, pero la mujer recibió con horror mi explicación. Rápidamente se corrió la voz por todo el patio. La chica había deformado mi mensaje y todos venían a preguntar si era cierto que ese 'mande' sólo lo hablaban viejos chismosos en pueblecitos muy pequeños de España. —Yo no lo vuelvo a pronunciar —decían, horrorizados, y yo me quería morir.

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