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sábado, abril 03, 2021

Soledad

Mi padre hizo un trato conmigo.

En una época en que las mujeres no podían salir de nazarenas, él ofreció a su querido amigo Pedro el que fuera yo el que mantuviera la tradición. 

Perteneciente a la junta directiva de su Hermandad y muy religioso, su amigo era padre de cuatro niñas.

Así que, desde muy chico, yo salía de nazareno todos los sábados santos en la Soledad del que luego sería mi barrio por elección propia, San Lorenzo.

De la misma forma que mi abuelo me había hecho del Betis.

Salí con cirio, con cruz, con zapatos y descalzo. En una época en que yo había renunciado incluso a la confirmación religiosa en un colegio de curas, cada año, me decía a mí mismo, éste ya es el último. Pero no quería hacer daño. Ni a su amigo ni a mi padre.

Pedro siempre estaba pendiente de mí, me avisaba de cada misa previa, me sacaba la papeleta de sitio, se ocupaba de conseguir la buena talla de túnica conforme yo iba creciendo y yo no quería defraudar.

Fue una decisión dolorosa tener que plantarme un día, no sé con que edad.

Es que yo no creo en dios, papá.

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