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martes, abril 20, 2021

Necrofilia

Todos tenemos una parte biófila, de amor a la vida, y otra necrófila, de amor a la muerte.

Hay un libro precioso, El corazón del hombre, en el que Erich Fromm desarrolla esta teoría. 

La necrofilia es esa tendencia que tenemos todos, aunque sea ínfima, a querer que todo se estropee, se pare, se cancele, se postergue, se joda. Esa postura a veces traviesa, a veces maligna, de cruzar los dedos suspirando un tropiezo en el otro.

Que nadie levante la mano para decir que él no.

Ser biófilo es amar la vida, el movimiento, la luz, el calor, no tener miedo al cambio, ser curioso, amable con el vecino.

Aunque haya días en que deseemos la quietud completa, una pequeña muerte, lo que nos define es nuestra actitud habitual ante las diferentes elecciones que el destino nos va planteando. Ahí es donde nos retratamos.

No creamos que el enemigo es sencillo, la necrofilia tiene sus atractivos y te seduce cuando se resienten tus ánimos por cualquier motivo de peso. Entonces ella te hace querer que todo se rompa, no quieres escuchar risas en el patio, ni música para el alma, ni comprobar que el mundo sigue girando pese a ti. La angustia te agarra e intenta camelarte para hacerte ver lo bien que se está a oscuras, en tu casa, con tapones en los oídos. Ese elixir tiene un componente de cloroformo que te adormece en los brazos del mal y provoca un falso bienestar.

Hay presas a quienes una vez que atrapa ya no las suelta. 

Ninguno estamos a salvo.

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