Iba en el AVE y dos señoras hablaban de sus familias.
Lo sé porque, aunque ya me gustaría no haberlas escuchado, sus voces me impedían trabajar.
Hablaban de cómo se les iban quedando sus casoplones vacíos con la partida de sus hijos. Eran casoplones porque daban detalles del número de habitaciones que tendrían que cerrar.
—El mío pequeño no ha sacado nota para entrar en Ingenieros, así que lo hemos metido —¡atención, lo hemos metido!— en la privada, en el CEU, tú sabes...
Sí. Yo sé. Todos sabemos. Quien no progresa es porque no quiere.
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