Así que coge toda la comida que sobra tras preparar una cena y la mete en esos plásticos para extraerles el aire. Embutidos, quesos, carnes... todo está amenazado de pasar por la maquinita.
No hay más que verlo para entender la palabra disfrute.
Lo malo, o lo bueno, es que cuando ataca el hambre a media mañana y abro la nevera para pecar me encuentro todas las tentaciones tan bien ordenadas y encerradas en su burbuja que cierro el frigorífico y me tomo un vaso de agua.
Cualquier día me envasa al vacío a mí.
Dice que así duraré eterno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario