No hace falta razonar mucho para entender por qué: allí no hay que fidelizar al cliente.
Es así de triste, a veces, el ser humano. Cómo no tengo nada que ganar contigo, porque no voy a volver a verte, me da igual servirte el café frío y con cara de cuerno.
Me gustaría pensar que no tengo razón, que no nos movemos siempre por el interés, que somos capaces de sonreír sin esperar nada a cambio, que es posible ayudar por el simple placer de hacerlo.
Pero llego al aeropuerto, me pido un café y me reafirmo en que somos egoístas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario