Llegaba apurado al ascensor del hotel de Oporto para bajar a desayunar. Era demasiado temprano para cruzarme con nadie. No había puertas abiertas ni personal de limpieza, sino un pasillo de hotel en una séptima planta en el centro de la ciudad portuguesa.
Y me olió a Japón.
A pesar de mis muchas visitas al país del sol naciente, hace ya años que no lo visito, de ahí que me sorprendiera la fuerza de la traslación que me supuso sentir aquel aroma.
Quizás el menos apreciado de los sentidos, tal vez el más animal.
Hay momentos mágicos en los que, de golpe, viajas allá donde no esperabas volver. Una combinación de moléculas en el aire que se alían para decirte que también fuiste feliz entonces.
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