Nadie está a salvo.
La vida, casi siempre, regala los tiempos para volver a ella, nos permite rearmarnos, aceptar la mano aquella, resolver los miedos, hasta que el aliento se serena y el corazón deja de palpitar desbocado entre las sábanas.
El horror es cuando los tropiezos vienen seguidos. Una muerte que lleva a la depresión, una depresión a un despido, un despido a la ruina, la ruina al desamparo y la introversión, hasta acabar no con la nariz en el suelo, sino con el cráneo roto.
Cuando veamos a alguien durmiendo en un colchón encerrado en un cajero de La Caixa no olvidemos que cualquiera de nosotros puede acabar, trastabillado en mil tropiezos, entre esas mantas sucias que no consiguen quitar el profundo frío interior.
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