—No se da usted cuenta de lo mucho que molesta.
El tipo me miró de reojo, al otro lado del vagón, y bajó la voz.
Ya le habíamos aguantado dos llamadas de trabajo, la organización de un viaje a Barcelona y la explicación de cómo se manejaba un programa informático. Con sus cascos, la voz a todo volumen y en su mundo.
El AVE es un reflejo de la sociedad mediocre y egoísta en la que vivimos. Cuatro pelagatos cantan a voz en grito su vida sin pensar en lo mucho que molestan y un grupo, mayoritario, de borregos educados, tenemos que tragar quina.
Algún día me llevaré un sopapo, pero no dejaré de protestar.
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