Cuando terminaba el trimestre, el tutor de la clase tomaba el listado de los alumnos, de mejor a peor, para proclamar quiénes eran los más listos y quiénes los más torpes.
Aunque yo tuviese la suerte de estar siempre en el trío ganador, me horrorizaba, ya tan pequeño, pensar en la crueldad de semejante ceremonia. Conforme se acercaba el final del repertorio, todos comenzaban a mirar por ver quién era el de peor calificaciones.
El tonto oficial.
A eso le llamaban educación. Segregar, señalar, despreciar.
No perdono eso, y tantas otras cosas, a mi colegio.
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