De entre todas las técnicas y consejos hay uno que me llama especialmente la atención: el ayuno.
Intermitente, puntual o rutinario, ese ejercicio lo relaciono en cierto punto con la espiritualidad. Una práctica que implica renuncia y que, una vez superada, produce un placer extraño, el de la frugalidad, lo liviano, el sentirse de algún modo limpio.
Es curiosa la relación humana con la alimentación, hasta qué punto nos recuerda nuestra naturaleza animal, pero también la social, la disfrutona, la moral...
Reconozco que, de vez en cuando, me gusta provocar en mí la necesidad de hacerle un corte de mangas a la comida y acostarme vacío, sin un entrecot pululando por mi estómago que le quite protagonismo a mis queridos fantasmas.
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