Por fin, fuimos al Jamaica.
Dejamos a Iván en su casa tras volver de Córdoba y le propuse a Fran tapear allí. Hacía años que no lo pisábamos.
Lo encontré triste, descuidado, eché en falta las vitrinas esplendorosas con los aliños y ensaladillas, aunque seguro que lo destartalado no estaba solo en el bar, sino en unos recuerdos idealizados.
Seguía la misma camarera de entonces, malhumorada y desaliñada como en esa época, más canosa. Fran fue al baño, yo me senté en la barra y ella me reconoció. No sabía que pudiese sacar una sonrisa tras ese gesto malencarado.
La última vez que estuve allí, con mi padre, a muy pocos días de su final, ella se acercó a él y le dio un beso en la frente, una escena que me emocionó en lo más profundo y que no vino a mi cabeza hasta que no la escuché preguntarme qué quería tomar.
—Ponme la cerveza más fresquita que tengas —le pedí.
—Claro que sí.
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