Con unos rasgos difíciles de definir, con un toque asiático y pelo rubio, lo llamaban en un idioma difícil de apreciar desde el otro lado del biombo que separaba a los comensales.
Así pasó parte del almuerzo, con visitas del pequeñín para vigilar los platos que comíamos, con una sonrisa en la boca.
Cuando pagaron la cuenta, vimos a sus padres, una joven japonesa, intuimos, y un tipo pelirrojo, tal vez nórdico.
La historia del ser humano es una lucha por no mezclarse, cuando el resultado no puede ser más hermoso.
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