Iba con mucha prisa en coche para llegar a tiempo a una reunión cuando, a cien metros de llegar, el de delante puso los intermitentes.
Me prohibí tocar el claxon.
La puerta del copiloto tardó en abrirse y de allí salió una mujer en la cincuentena, con una delgadez extrema, que no tenía apenas fuerza para cerrar el coche. Había un inmenso dolor en su rostro. Aún así, al pasar por delante de mí, tuvo la gallardía de levantar la mano para pedirme perdón por los treinta segundos que me había hecho perder.
Bofetadas así son necesarias.
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