A mí antes un mal gesto me arruinaba el día.
Era suficiente una respuesta desagradable en la barra de un bar para tener el ánimo dislocado. Se me descomponían los planes inmediatos.
No era cuestión de que yo me amilanara, soy de enfrentar los malos modos sin titubeos, pero me producía un desasosiego descontrolado encontrarme con situaciones así.
Madurar también es aprender a no dejarse ensuciar por lo soez.
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