Lo que ocurre es que el otro Salva que habita en mí, el escritor, comienza a frotarse las manos de placer, disfrutando de escenas que vendrán que ni pintadas para próximas historias.
La gente mala no sabe lo atractiva que es para un novelista.
Si lo supieran, a mí no me harían daño, porque averiguarían que me están haciendo un regalo y eso es más de lo que podrían soportar.
Así que mi yo ingeniero se sacrifica por mi yo novelista y le cede, gustoso, la venganza.
Sin ir más lejos de este año, he vivido en persona escenas de tan baja catadura moral, de tan miserables, tan ruines, que no veo el momento de ponerlas en boca de algunos de mis personajes, porque no hay nada más creíble que lo que uno ha vivido en primera persona.
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