—Rápido, entra, cuánto más natural seas más tiempo estarás con ella.
Me metieron por una rendija del escenario y allí la vi, sentada, esperándome.
—Mamá. —Me derrumbé—. Vengo de comprar este libro de Paul Auster.
—Borete... —me acogió en su cuerpo.
—Este libro de Paul Auster... —no dejaba de llorar, mientras ella me acariciaba.
No supe ser natural, ¿o sí?, pero no me concedieron más tiempo.
Las calles volvieron a su sitio, ella desapareció y yo, agarrado a mi libro, pensé en cuántas cosas nos podríamos habernos contado.
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