Es probable que para cuando leas este texto ya me haya llamado Raquel para decirme qué me toca a mí comprar para la cena de Nochebuena.
Si no fuera por mi hermana, acabaríamos sentados esa noche delante de unos cuantos platos de comida preparada de última hora.
Nunca lo permitiría ella.
En toda familia, en todo grupo de amigos, está esa figura impagable del organizador, quien asume el rol de que las cosas marchen bien y no nos abandonemos.
Raquel se ocupará, como siempre, de la carne mechada y la ensalada de endivias con roquefort.
Mantener las costumbres es, también, una prueba de amor.
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