No a cada momento, ni con ansiedades, sino de forma calmada, en soledad, cuando la vida te regala un rato sin prisas.
Nos movemos tantas veces como autómatas, que hacen lo que se supone que toca hacer, que nos quitamos oportunidades de modificar el rumbo, desconocedores de nuestra propia fortaleza para cambiar las cosas.
Rendirse es lo fácil, aletargados por el poderoso aroma perverso de la rutina.
Podemos ser mejores, tenemos más capacidades de las que pensamos, surgen más posibilidades para demostrarlo de lo que creemos. En temas concretos, en decir sí o no a alguien, en ir a ese evento o no, en invertir tu esfuerzo en sacar ese proyecto o mirar hacia otro lado. No hay límite de edad para cambiar nuestro mundo.
Cada decisión que tomamos es un camino hacia una vida u otra.
Yo me niego a dejarme llevar por el sendero de lo previsible.
Yo quiero más de mí.
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