La imagino allí, entre sus cosas, por darme el placer de pensar en ella.
Que abre una de las tres ventanas y aparece con su pelo negro gritando:
—¡Sube, Salva!
No quiero que se rompa ese sueño, no quiero que quiten esas tres ventanas, ni que se abran para que aparezca alguien que no sea Montse.
Yo sigo caminando por allí, da igual con quién o hacia dónde; no hay vez que no mire para allá por si se produce el milagro.
(—Ay, mi Salva)
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