Ha sido tan impactante el último mes con las trágicas noticias de Valencia que las pesadillas se han hecho presentes de forma continua.
Si a eso le unimos los diez días que pasé en Roma, donde quedé subyugado, los dos acontecimientos, el personal y el humano, se unen en un delirio nocturno que me hace no parar de dar vueltas en la cama.
Me desperté el domingo tras pasar toda la noche entre ruinas romanas llenas de barro, así que, perdido, me planté en el centro comercial de mis sueños.
Una señora, al verme tan sucio, se me acercó y me tendió una tarjeta.
—Es mi negocio, ¡ven!, te voy a vestir nuevo de la cabeza a los pies.
Yo leí el nombre del negocio, 'El trenecito de las algas'.
¿El trenecito de las algas?
Ya desayunando, se lo conté a Fran.
—¿Existe algún negocio que se llame así?
Él me pasó la tostada y la mantequilla.
—Estás como una regadera, Borete.
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