El humor se ceba con la muerte, con lo correcto, con lo formal, para fortalecernos con ese poder que nos da de hacer que no se nos vaya la vida con los golpetazos que esta nos da.
Un gran ejemplo son las abuelas, cuando sacan esa risa socarrona y contagiosa al hablar de cualquier tema. Ellas, que han enterrado amigas, hermanos, que disfrutan entre achaques los últimos años, son las que mejor saben reír y asumen, además, que esa es su salvación.
Perder el sentido del humor, o no haberlo tenido nunca, es carecer de un escudo protector que nunca gana la batalla a la realidad, pero la amortigua.
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