Puede que haya una chispa que provoque ese incendio en mí, algún objeto, un recuerdo, un lugar por el que paseo que me haga traer a la mente a alguien a quien llevo tiempo sin ver. Ocurre que, en cascada, se me van apareciendo nombres y me digo que eso no puede seguir así.
Las amistades sinceras no necesitan de recordatorios, ni de una frecuencia mínima de llamadas. Hay personas que sé, con el corazón en la mano, que siempre estarán por mí. Y yo por ellas.
Sin embargo, aparece en una conversación su nombre y me entra la angustia por preguntarle, en los treinta segundos siguientes, 'oye, ¿tú cómo estás?'
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