Una de esas mañanas reventé el neumático al no querer maniobrar demasiado para dejar el coche en su sitio. Subía la rueda al bordillo con tanta fuerza que reventaba la goma.
Cuando lo reventé una segunda vez, años después, en un déjà vu que me dejó bloqueado, fue como recibir un fogonazo acerca de la importancia que tiene hacer las cosas con calma.
La calma es buena consejera de los pasos bien dados, aunque cada uno necesita romper sus neumáticos imaginarios para comprender que nada corre tanta prisa, ni nada es tan importante.
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