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jueves, febrero 17, 2022

Enseñar

Siempre que explico un tema que domino experimento un burbujeo cerebral.

Gustosísimo, como unas cosquillas sutiles en la cabeza que deben tener mucho con la química, cuando mis neuronas, generosas, se afanan en organizarse para poner en pie todo esa masa de información que fluye por mi cerebro como Pedro por su casa.

Desde pequeño ya tuve claro que no quería ser maestro, tal vez porque endiosaba la profesión. ¡Los admiraba tanto! Entendía que ir todos los días a dar clase implicaba un esfuerzo enorme, para saberlo todo en todo momento y poder responder a las preguntas de los alumnos más perversos.

Eso no quita que, fundamentalmente en el trabajo, cuando me piden que explique algo, algo que controlo, mis niveles de dopamina suben por las nubes, y alcanzan la estratosfera cuando alguien me pregunta y sé, con todo lujo de detalles, cómo aclarar sus dudas.

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