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miércoles, febrero 09, 2022

Descendimiento

Estremecerse con el arte es una experiencia espiritual.

Para conseguirlo hay que enfrentarse a algo extraordinario y quitar las barreras que puedan obstaculizar tu entrega a la contemplación.

No puedo ir a Madrid sin pasar por el Prado, ni puedo visitar el Prado sin acudir a mi cita con 'El Descendimiento' de Van der Weyden.

Este sábado bien temprano, mientras Fran trabajaba, entré en el museo nada más abrir las puertas. Sabía que iba a pasar media mañana, pero sobre todo quería empezar por ahí. Tener la sala para mí entera, el cuadro todo para mí.

Son ocho personajes, es una escena religiosa. Hay un dolor que traspasa la pintura, que se te agarra dentro y tira de ti hacia ellos, que desde hace cinco siglos están esperando a que vayas a compartir esa enorme tristeza que conlleva la existencia humana. El sufrimiento de una madre, desmoronada, con su cuerpo como peso muerto agarrado por las axilas, el horror del hijo perdido.

Es entonces cuando sientes que la piel se te eriza, en el momento en el que el color de los ropajes lo acapara todo y ves las miradas, las arrugas, las manos, las sombras, la perspectiva. Cómo todo se hace realidad y te embauca hasta olvidar todo de ti.

Hace cinco siglos que Van der Weyden lo pintó para mí, para recordarme la infinita belleza que supone el dolor de estar vivos.

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