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sábado, febrero 12, 2022

Arrugas

Cenábamos en San Sebastián y me senté un rato en la mesa de los críos.

Era fin de año, nos habíamos juntado muchos amigos en casa de Txema y Paula, y yo quise conocer a los chavalillos que me acababan de presentar.

Se quedaron en silencio al verme allí, en su pequeña mesa llena de comidas de colores. Me presenté y les pregunté cómo se llamaban, tras quedarme prendado con la mayor, de nueve años.

Le pregunté acerca del colegio, de sus amigos, del euskera, de cómo se llevan entre ellos. Ella me explicaba todo con una inocente candidez que me enamoró. No hay edades que te impidan admirar a una persona.

Al día siguiente me interesé por ella.

Es una niña inteligentísima me confirmó Paula, pero arrastra complejos enormes. No le gusta su físico ni tener unos padres tan mayores.

A los niños con una sensibilidad extrema todo les remueve por dentro y esa niña se sentía feílla, además de rara por tener unos padres que parecían abuelos, sin darse cuenta de la luz que desprendía y que yo supe ver.

Paula entonces me contaba que le decía a su madre.

Mamá, ¡pero si es que tienes incluso arrugas dentro de las arrugas!




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