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martes, noviembre 24, 2020

Tardes

Las tardes frías de invierno son una amenaza si no se las combate.

La noche cae tan pronto que la fragilidad se cuela por las ventanas. Apagar la tele, la música, dejar el único ruido constante del frigorífico, con la casa medio a oscuras es una prueba dura si la enfrentas solo. La hora de la cena nunca llega, los fantasmas te visitan. Las largas tardes de invierno son negras. Más negras aun con un virus al acecho.

Viene bien sudarlas. Quitar la calefacción. Apagar luces. Todo en silencio. Enfrentarte a tu yo desde la desconexión del presente. Comprobar qué hay ahí, entre los objetos del salón, entre tus costillas.

No solemos permitirnos estas terapias de gritar a solas sin dar gritos. 

Encendemos luces, estufas, televisores. No nos gusta vernos desnudos de todo, no nos damos la oportunidad de vernos por dentro. Buscar la quietud extrema para mirarla a la cara. Algo me dice que es sano, reconfortante, olvidar cada cierto tiempo los ruidos y la luz, despejarnos de asideros fáciles, encontrarnos con la muerte y reírnos por una vez de ella.

Ahora no, querida. Aún no. Yo también sé jugar contigo. 

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