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lunes, noviembre 23, 2020

Chakra

Voy a mi osteópata una vez al mes, como quien lleva el coche a la gasolinera.

Me ha solucionado tantas molestias indefinibles que mi confianza en él es plena.

Él, experimentador y curioso donde los haya, me utiliza como conejillo de Indias para aplicar nuevas técnicas y yo me dejo llevar a condición de que me las explique. Pasamos de la acupuntura a la reflexología y de la kinesiología a las ventosas en la espalda. De la medicina china a la india y del doctor Yang a los últimos descubrimientos de un gurú brasileño.

El otro día, viendo que estaba en perfecta forma, física y de ánimo, se dedicó a verme los chakras.

—Eres una persona muy espiritual —me dijo al pasar las manos por mi cabeza.

—Sí —admití.

Aunque me gustó más lo de espiritual que lo de muy.

La clave está en el equilibrio. En encontrar esa parte de ti que se conecta con el universo sin que se aleje del planeta Tierra.

No entendería nada de mí sin trabajar lo anímico con pasión, en el sentido más amplio de la palabra. Esa porción de abstracto que rodea nuestra existencia.

No todo son lentejas, ni ropa chula, ni reuniones de trabajo, ni una almohada dura, ni una cerveza fría.

Soy amigo de potenciar la espiritualidad entendida como inmersión en todo aquello que de nosotros es transparente, para tratar de abarcarlo, explicármelo, dejarme llevar, disfrutarlo. Sentir sin lo físico. Eso que no tiene olor ni sabor. Escapar de mi cuerpo. Entregarme a la emoción.

Quiero volar lo justo, pero no renuncio a volar cada día.

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