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domingo, noviembre 29, 2020

Callar

Guardarse las emociones es injusto. Si son positivas, aún más.

Un muy buen amigo mío me invitaba a cenar el otro día y, cuando se acercaban los postres, le pregunté si había terminado de leer mi última novela. Él también escribe, menos de lo que yo quisiera, por lo que su opinión me resultaba importante.

-Ah, sí. Me la terminé hace un par de semanas.

-¿Y?

-Me gustó mucho. Es muy 'tú'.

-¿Y no pensabas decirme nada?

Son demasiadas veces las que damos por supuestas nuestras cavilaciones en los otros, pero si no las verbalizamos no rompemos las barreras.

De poco vale que yo vea más delgado a un amigo, que sé que está respetando una dieta estricta de adelgazamiento, y no se lo diga. Poca será entonces mi contribución a sus esfuerzos, algo que debería preocuparme si a esa persona la quiero.

-Quillo, qué bien te veo.

No hay que dar por sentado lo que admiramos en los demás, porque eso se queda para ti, sino que hay que expresarlo. 

"Cómo me gusta la forma en que diriges tu equipo", "vaya lo ricos que te salen los boquerones en vinagre", "qué casa más bonita tienes", "me encanta cómo te ríes", "qué gracioso eres contando las cosas", "admiro tu constancia al hacer deporte", "es maravilloso cómo cuidas a tu madre", "tus hijos son un encanto", "qué me gusta tu ciudad".

Ponerle voz a lo hermoso que ves en los demás es tan reconfortante como sanador. 

Para los dos.

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