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viernes, noviembre 06, 2020

Primera

La vida se alimenta de primeras veces.

Es quizás por eso que se viven con tanta intensidad los años de juventud. Todo es nuevo. La existencia se ofrece como un gran escenario al que vamos abriendo puertas y ventanas, en el que alucinamos con cada nuevo color. Entra y sale gente con caras distintas. Todos quieren conocer todo. Nada se da por aprendido y nos creemos capaces de cambiar las reglas del juego. Tiempos en que siempre hay un olor desconocido por descubrir.

La obsesión, por entonces, es probarlo todo, aprenderlo, descubrir nuestro poder, ponernos a prueba. Jugar a estar vivos. 

Hacemos todo, eso sí, sin la grandeza que da la sabiduría para apreciar que somos felices.

Cuando ya el gran escenario se ha vuelto un territorio explotado, en el momento en que comprobamos que hay pocos rincones por explorar, es entonces cuando nos damos cuenta de cuán afortunados éramos.

Uno de los grandes misterios de la vida es que no hay segundas oportunidades. Nunca una oportunidad se repite en los mismos términos. Nunca igual. Ese tiempo que vivimos entonces ya no es posible rescatarlo para poder aprovecharlo con la capacidad de disfrutar que dan los años.

Sin embargo, hay trucos.

Hay artimañas para conseguir recrear períodos como aquéllos.

Todo consiste en crear nuevas primeras veces. Con la edad que se quiera. 

La primera vez tiene la fuerza de provocar al niño que llevamos dentro, ese cosquilleo de la sorpresa, el nervio de lo desconocido. Vértigo por ser de nuevo libre.

A determinadas edades esas primeras veces son quimera, por lo que hay que buscarlas si uno quiere, aunque sea por momentos, volver a sentir que el mundo es nuestro.

Por eso cada vez que me proponen algo, yo digo que sí.

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