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viernes, noviembre 20, 2020

Salmorejo

Me montaron una gran fiesta en Sevilla cuando me trasladé a vivir a París.

Allí estaban todos mis amigos. Había mucha emoción. Con treinta y pocos años, la vida se nos ofrecía a todos con una fuerza brutal y el paso que yo daba se veía valiente a ojos de quienes me querían. Era un reto casi colectivo.

Ya el primer fin de semana improvisé un viaje de vuelta. Estaba desbordado por el frío parisino, el ambiente de trabajo, la soledad sobrevenida.

Convoqué a todos mis amigos el viernes noche en el Eslava y lo bauticé 'Operación Salmorejo'. Allí estaban todos, curiosos por saber cómo me iba. Con las cervezas se me cayó alguna lágrima. Ya no había posible marcha atrás.

En los tres años siguientes hubo muchas más 'operaciones Salmorejo', pero cada vez venía menos gente. La desconexión del día a día hizo mella y llegamos al punto en que pasaban desapercibidas para muchos de mis incondicionales mis visitas a Sevilla.

El corazón se me desgarró con la transformación de determinadas relaciones en pura nada. Sin explicaciones. Nada.

Hubo sin embargo una persona que siempre estuvo allí. Cristina.

Y ahí sigue. Tantos años después.

¿Qué hubiera sido de esas amistades de no haberme ido a París? ¿Seguirían a mi lado hoy en día?

Qué bien vino esa limpieza.

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