Venía a decir que los salmones, adaptados a ríos contaminados por el vertido de los ansiolíticos que llegan de las ciudades, se estaban volviendo más atrevidos e individualistas.
Para confirmar la teoría, una universidad sueca realizó un experimento. Preparó piscinas dopadas con distintos tipos de medicamentos, en proporciones similares a las que pueden llegar a la naturaleza. Y, tras pasar por esos criaderos, soltaron a las crías de salmón en el nacimiento de un río.
Los que habían recibido el chute de antidepresivos tardaban tres horas en pasar las turbinas de una presa, los que no habían sido drogados tardaban ocho horas de media. Les podía el miedo.
Aquellos con medicación en el cuerpo llegaban antes y en mayor proporción a la meta final del mar.
¿Quién no se siente salmón?
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