Tras us susto gordo, llevo años tomando una medicación muy específica.
Esta Semana Santa, tras llegar a Portugal el miércoles noche para escapar unos días, comprobé que la había olvidado en Sevilla. Madrugué el Jueves Santo para acercarme a una farmacia de guardia de Ayamonte, a una hora de coche de nuestro refugio de vacaciones.
La farmacéutica no me dio opción, pese a mis súplicas, 'no te corresponde hasta dentro de unos días'.
Entonces se introdujo en la conversación el hombre que hacía cola tras de mí.
—Yo tengo esas pastillas. ¿Cuántas necesitas?
Le dije que le pagaba lo que me pidiera.
—No tienes que darme nada, te doy una tableta. Las tengo ahí en el coche.
Le insistí en que le iba a romper el ciclo de su medicación.
—Ese es mi problema. No te preocupes. —Se acercó a su coche y trajo la caja—. Toma. Coge las que necesites.
Me alegré en ese momento del olvido, del madrugón y de los doscientos kilómetros de carretera.
Nos dimos un abrazo ante la mirada atónica de la farmacéutica.
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