Yo le di diez euros a una mujer en Lisboa y me quedé con sus ojos.
Subí las escaleras y miré allí donde la dejé, con su mirada de agradecimiento aún clavada en mí.
Para mí no eran nada, para ella un mundo.
No sabría recordar aquello que hice hace tres días, pero no olvido esos ojos, que se me aparecen a menudo para decirme dónde está la verdad de las cosas.
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