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martes, diciembre 03, 2024

Blanco

Íbamos a un concesionario de Renault para que mis hermanas se compraran un coche.

Algún descuento tiene la familia después de 30 años trabajando en la empresa.

Dejé que ellas se pasearan, que vieran, hasta que ya por fin un comercial se nos acercó. 

Yo no quería influir en nada, así que dejé que, tras comentarles ellas su presupuesto, este les explicara las motorizaciones, los consumos, las tapicerías, los posibles extras, los maleteros, los tipos de conducción, los pros y los contras de cada modelo. Un buen rato. Hasta que les preguntó qué es exactamente lo que buscaban.

—Yo lo que quiero es un coche blanco —respondió Mónica.

Fango

Ha sido tan impactante el último mes con las trágicas noticias de Valencia que las pesadillas se han hecho presentes de forma continua.

Si a eso le unimos los diez días que pasé en Roma, donde quedé subyugado, los dos acontecimientos, el personal y el humano, se unen en un delirio nocturno que me hace no parar de dar vueltas en la cama.

Me desperté el domingo tras pasar toda la noche entre ruinas romanas llenas de barro, así que, perdido, me planté en el centro comercial de mis sueños. 

Una señora, al verme tan sucio, se me acercó y me tendió una tarjeta.

Es mi negocio, ¡ven!, te voy a vestir nuevo de la cabeza a los pies.

Yo leí el nombre del negocio, 'El trenecito de las algas'.

¿El trenecito de las algas?

Ya desayunando, se lo conté a Fran.

¿Existe algún negocio que se llame así?

Él me pasó la tostada y la mantequilla.

Estás como una regadera, Borete.

domingo, diciembre 01, 2024

Putrefacto

Cuando aparece un personaje putrefacto en mi vida empiezo a temblar, sobre todo si pertenece a la esfera del trabajo, porque ahí tengo difícil escapatoria. 

Lo que ocurre es que el otro Salva que habita en mí, el escritor, comienza a frotarse las manos de placer, disfrutando de escenas que vendrán que ni pintadas para próximas historias.

La gente mala no sabe lo atractiva que es para un novelista.

Si lo supieran, a mí no me harían daño, porque averiguarían que me están haciendo un regalo y eso es más de lo que podrían soportar. 

Así que mi yo ingeniero se sacrifica por mi yo novelista y le cede, gustoso, la venganza.

Sin ir más lejos de este año, he vivido en persona escenas de tan baja catadura moral, de tan miserables, tan ruines, que no veo el momento de ponerlas en boca de algunos de mis personajes, porque no hay nada más creíble que lo que uno ha vivido en primera persona.