No se debe protestar por ver determinadas vestimentas, conversaciones, actitudes o propuestas que nos dañan los sentidos a los que tenemos un mínimo de sensibilidad por la estética.
Sí tenemos derecho a decirles, telepáticamente, '¡Ya te vale!', sin abrir la boca.
Hay gente tan soez, tan chabacana, que por instantes consiguen que pierdas la esperanza en la belleza interior del ser humano.
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