—Yo, a mi mujer, no le cuento nada de trabajo —me decía un compañero de empresa, mientras tomábamos unas cervezas en un cumpleaños.
Me sorprendió lo que me decía y cómo lo expresaba, con un indisimulable tono de satisfacción.
—Yo lo hablo todo —le respondí.
Y a mí me lo cuenta todo. Es algo básico en mi comprensión de la naturaleza humana. Compartes la vida con una persona ¿y no le hablas de lo que te ocurre allí donde pasas la mayor parte del tiempo?
Yo quiero saber por qué llega tan contento, o con la cara cambiada, si le ha salido bien la reunión que llevaba tanto tiempo preparando, si por fin se ha reconciliado con quien le estuvo haciendo la puñeta.
Dejar a tu mujer, a tu pareja, a un lado de tus preocupaciones laborales es como decirle que no necesitas de ella en una parte central de tus inquietudes.
Presumir de ello es dejarla a ella, pero sobre todo a ti, en mal lugar.
Es construir muros innecesarios.
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