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jueves, septiembre 28, 2023

Buddenbrook

Uno de los grandes males de estos tiempos es la falta de concentración, como una epidemia que recorre el mundo entero. 

Mantener la mirada, escuchar sin interrumpir, no cambiar de canal cada cinco minutos, pasear sin rumbo son hábitos que se van perdiendo.

Yo, enfermo como el que más de este virus que nos acelera, tomo mis propias medicinas.

La última de llama 'Los Buddenbrook', la primera novela de Thomas Mann.

Digamos que es un medicamento que necesita prescripción, porque no todo el mundo está capacitado para tumbarse en el sofá a leer un libro inmenso en el que los sucesos se encadenan con una lentitud extrema.

Es esa circunstancia la que yo convierto en terapéutica, desde el momento en el que lo abandono todo para acompañar a esa familia aristocrática alemana de mediados del siglo XIX en sus cuitas para mantener a toda costa su estatus. Paso largos veranos con ellos en la costa báltica, acompaño a sus hijos en Ámsterdam, Munich o Londres, me paso las tardes entre ellos mientras comparten café en los jardines de su casa de Lübeck, 

Ya ha muerto el abuelo, y el padre, ahora es el nieto el jefe de la casa y acaba de tener un niño. Yo los espío, me meto en sus fiestas, me río con la descarada de Antoine y olvido quién soy durante un tiempo precioso en el que mi cuerpo se reacomoda a los ritmos de lo que debería ser natural.

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