La modernidad de las redes sociales ha traído mucho bueno, pero también lo peor del ser humano.
El poder interactuar desde el confort de la soledad de una habitación ha sido tomado por muchos como barra libre para decir barbaridades, amparados muchas veces en el anonimato o la distancia.
Twitter es una fábrica de odiadores, de personas peleadas con el mundo que dedican su tiempo libre a insultar, a gritar lo mal que lo hacen los otros, a ridiculizar a quienes opinan, a enredar con bulos y mentiras.
Yo tengo el dedo fácil para bloquear. En la última semana me han llamado fantasma, clasista, ignorante, blandengue, me han invitado a irme de España, a callarme la boca, a ir a terapia. A la gente que desprende odio la expulso de mi territorio. Rápido. Sin contemplaciones.
Uno imagina un espacio de convivencia donde compartir ideas, recuerdos, reflexiones, imágenes, anécdotas, artículos de prensa, vídeos de gatos, recetas de cocina... Pero viene el amargado de turno a decirte que tu vida es una mierda.
Ya quisiera él.
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