Son muchas veces las que he escrito para hacer ver lo mal que me sentó tal o cual cosa de alguien. Termino el texto, lo repaso e incluso le busco la pintura adecuada para ese tema. Sólo queda publicarlo a las cinco de la tarde.
Luego pienso en ese alguien, por lo general una persona querida, y lo borro. No quiero ofender a quien quiero, aunque esa reflexión hable de un anónimo cara a los demás.
Lo cierto es que me hace mucho bien poner palabras a las actitudes que me molestan, a los daños que me hicieron, a la rabia que un día sentí. Una vez que lo escupo con unas líneas, trabajadas, reflexionadas y releídas, me siento mejor, liberado de una carga que arrastraba sin saber, justo hasta que apareció ese fogonazo que me hizo recordar que hubo un día en el que me sentí herido.
Las malos rollos hay que aclararlos en su momento, cara a cara. De otra manera, el daño lo hago yo.
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