Somos escandalosos allí donde vamos.
Habituado a frecuentes viajes a Francia por trabajo o a Portugal por placer, ir a cenar a cualquier local en esos países implica, salvo excepciones, un entorno agradable para conversar mientras se degusta un buen vino.
Recuerdo que, durante los cuatro años que viví en París, cada vez que volvía a Sevilla me escandalizaba por el ruido de los bares. Por el ruido de la ciudad en general. Hay mucha gente que charla queriendo que las personas que están a cinco metros a la redonda se entere de lo simpático o inteligente que es.
No sé cómo se puede educar a un pueblo para hacerle entender que los decibelios no son sinónimo de simpatía.
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