Cuando pienses que la vida va demasiado rápido, escribe.
Si uno se deja arrastrar por la melancolía, hay muchas posibilidades de que caiga en la sensación de que la vida se nos fue en un segundo, pero no es verdad. La mejor manera es ir completando los huecos, hacer trabajar la cabeza, entrenar nuestra memoria para que salten imágenes y cazarlas al vuelo, anotarlas en un papel. Esas risas nos transportarán a un viaje, ese traje nos conducirá a una fiesta, aquella pintura nos llevará a un amigo. Descubriremos que de cada año vivido hay una anécdota, un elemento diferenciador, una huella en nuestra alma. Aquel en que murió mi amiga Montse, ese otro en el que encontré trabajo en Renault, el de la mudanza a mi casa en Santa Clara, ese otro de la excursión por Europa en tren con Raquel e Iván, ese de mi primera novela.
Entonces vas haciendo zoom, ampliando imágenes y empiezan a aparecer personas, momentazos, hábitos que ya perdiste, regalos que te hicieron.
Apúntalo todo. Escríbelo. Verás que no se queda el papel en blanco, que todo lo viviste, que muchos te quisieron, que fuiste protagonista. Que la vida se llenó mil veces en ti.
A eso me dedico yo, a escribir, a narrarme mis vivencias, mis pensamientos, mis miedos sin barreras, para confirmar el sentido de las cosas. Que no todo ocurrió sin más. Que lo vivido, mucho, viaja con nosotros.
Ayuda a ser feliz.
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