No sé cuántas sorpresas nos deparará el futuro, pero espero que no acabe con la radio.
Reconozco que sólo la escucho al conducir, pero llevo tantos kilómetros encima que atesoro historias inolvidables en mi memoria radiofónica, en un cóctel, el coche y la radio, que me produce grandes dosis de felicidad.
Atravesar la Mancha, con ese horizonte inabarcable, mientras te acompaña una tertulia sobre el cine americano de los años setenta, o recorrerte la cornisa cantábrica entregado a una entrevista con un filósofo alemán. Placeres insuperables.
No sé la de carcajadas que he echado, solo, en mi coche. Ni cuánta emoción he sentido con historias personales.
En la radio, tan básica, no estás más que tú y quien te habla, nada empaña esa relación, nada la distrae. No hay otra que tú a la escucha de lo que te quieren contar, en un juego en el que aceptas que eres solo receptor. Escuchar, qué verbo más grande. Tomar el coche para un camino largo y darte igual el destino.
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