El tipo, muy colgado, justo frente a mí, me gritaba, malhumorado, mientras me tomaba un café junto al Spree.
Que el hombre no tuviera cuerpo ni para ponerse en pie, de la cogorza que tenía, y que yo estuviera acompañado por Fran, Mariángeles y Martín, hizo que aguantara el chaparrón sin inmutarme.
Yo apuraba mi magdalena de chocolate antes de empezar nuestra ruta vespertina por Berlín. El hombre volvía a la carga, con los ojos inyectados, en un alemán casi militar. ¿Qué me estaría diciendo?
Cuando las palabras no se entienden, no se nos puede herir.
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